19 dic 2017

Jared Kushner reordena el Medio Oriente


Personalidad muy cuestionada por los miembros mismos de la administración Trump, Jared Kushner goza de la total confianza del presidente. Se le ha dado como misión reordenar el Medio Oriente según el «principio de realidad», en contra de la doxa de cada bando. Después de los éxitos tangibles en Arabia Saudita, ahora se dedica a la cuestión israelo-árabe.

Jared Kushner es un individuo muy secreto de quien no se sabe gran cosa, cuando más que tenía una alta opinión de la justicia y que quería ser fiscal. Pero cuando su padre fue arrestado y encarcelado por fraude fiscal, él vivió aquello como una injusticia. Según Jared Kushner, su padre había caído en una trampa judicial. Él abandonó entonces sus estudios de derecho y se dedicó a tratar de salvar la empresa familiar de promoción inmobiliaria, lo que logró con creces. Durante ese periodo, se construyó la imagen más lisa posible para distanciarse de las acusaciones contra su padre.

Su suegro, Donald Trump, parece tener una extrema confianza en él, al extremo de haberlo encargado de facto de dirigir su campaña electoral. Algunos de sus adversarios expresaron sorpresa cuando Kushner fue capaz de organizar la campaña con medios irrisorios, logrando pese a ello la victoria.

Desde su llegada a la Casa Blanca, el presidente Trump lo hace participar en las reuniones más secretas, aunque Jared Kushner no dispone de la acreditación necesaria para tener acceso a secretos militares, acreditación que nunca se le ha concedido.

Con la esperanza de pasar a la historia por haber logrado algo de lo que sus predecesores siempre hablaron sin lograr alcanzarlo, el presidente Trump ha encargado a Jared Kushner de resolver el conflicto israelo-árabe y de pacificar el Medio Oriente. Es una apuesta particularmente arriesgada, sobre todo teniendo en cuenta que este joven de 36 años tomó posición en el pasado por Israel, aportando incluso respaldo financiero al ejército israelí y a colonias judías en tierra palestina. Sin embargo, es posible, por tener Kushner gran necesidad de conseguir la aceptación de su propio medio, que esas donaciones tengan un significado diferente al que se les atribuye a primera vista.

La nominación en esa función de una persona de confianza pero totalmente carente de experiencia diplomática es la segunda apuesta del presidente Trump. Visto el fracaso de los diplomáticos profesionales, Trump ha apostado por un enfoque nuevo sobre un viejo problema. Para cumplir esta misión, Jared Kushner ha obtenido un privilegio muy poco frecuente: es el único alto funcionario cuyas entrevistas con personalidades políticas extranjeras no quedan plasmadas en actas. Nadie podrá por tanto reprocharle tal o más cual torpeza, o ni siquiera criticar su manera de abordar los temas tratados. Ni siquiera el secretario de Estado ya que Jared Kushner sólo rinde cuentas al presidente.

En opinión de las personalidades que se han reunido con él, Kushner sigue los mismos principios que su suegro:

- primeramente, aceptar la realidad, aunque eso implique tener que abandonar una retórica oficial existente desde hace mucho
- en segundo lugar, considerar todas las ventajas que puede sacar de los acuerdos bilaterales anteriores
- en tercer lugar, tener en cuenta, en la medida de lo posible, el Derecho multilateral.

La única diferencia con su suegro reside en su perfecto mutismo, en oposición con las declaraciones provocadoras y contradictorias que el presidente utiliza para sacudir a sus interlocutores.

Durante los 6 últimos meses, Jared Kushner multiplicas sus idas y venidas en el Medio Oriente, principalmente a sus dos destinos predilectos: Arabia Saudita e Israel. Lo que acabamos de ver, sin entenderlo, es el inicio de su acción.

Arabia Saudita

- La realidad de Arabia Saudita era, desde el punto de vista de Trump durante su campaña electoral:

• la acumulación de petrodólares que son masivamente dólares que Estados Unidos ha pagado por un petróleo que los sauditas no fabrican; 
• el papel central del reino saudita, bajo control del MI6 británico y de la CIA, en la lucha contra el nacionalismo árabe y en la manipulación del terrorismo islámico; 
• su crisis en materia de sucesión.

- Los acuerdos bilaterales son los que firmó Franklin Roosevelt con el primer rey saudita, Abdulaziz Ben Saud, a bordo del USS Quincy, en 1945, renovados por George Bush hijo en 2005 y hasta 2065. Aunque esos acuerdos nunca se han publicado, numerosas personas que participaron en su negociación los han resumido de la siguiente manera:

• El rey de Arabia Saudita acepta que Estados Unidos controle su petróleo, mientras que Estados Unidos se compromete a proteger al rey y, por ende, su propiedad privada… lo que conocemos como Arabia Saudita. 

• El rey de Arabia Saudita se compromete a no obstaculizar la creación de un Estado para la población judía del antiguo Imperio Otomano, mientras que Estados Unidos favorece su papel regional.

Así que Jared Kushner preparó la cumbre del 21 de mayo de 2017 que reunió en Riad a casi todos los jefes de Estado del mundo musulmán alrededor del presidente Trump. Arabia Saudita cortó inmediatamente los contactos con la Hermandad Musulmana y dejó de financiar los grupos yihadistas en el mundo entero –al menos con casi todos, con excepción de Yemen. El reino puso en juego su influencia para convencer a los demás Estados musulmanes presentes.

Pero ese éxito tiene su costo: 

• Qatar rechazó la nueva política estadounidense. Negándose a aceptar que gastó inútilmente 137 000 millones de dólares contra Siria, Qatar ha mantenido su respaldo a algunos yihadistas. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos decidieron entonces, por su cuenta, imponerle un bloqueo. El secretario de Estado Rex Tillerson trató de mantenerse al margen de esa disputa, pero Kushner y el presidente Trump se pusieron del lado de Arabia Saudita. 

• Kushner se comprometió a ayudar al rey Salman a arreglar como le parezca la cuestión de la sucesión del trono.

El golpe palaciego del 4 de noviembre

A finales de octubre, Jared Kushner estuvo 3 días en Arabia Saudita. Allí sostuvo largas sesiones de trabajo con el hijo del rey, el príncipe Mohamed Ben Salman (apodado MBS) y elaboró con él la lista de miembros de la familia real que había que neutralizar. Al no saber cómo reaccionaría la Guardia Real cuando el príncipe Muteb fuera depuesto, Kushner puso los mercenarios de Academi (antiguamente Blackwater) a la disposición del príncipe Ben Salman para la realización de los arrestos. Finalmente, recordando la campaña mediática contra su padre, también proporcionó especialistas en comunicación para disimular el golpe palaciego bajo el bello discurso de la «lucha contra la corrupción».

Jared Kushner ya había abandonado Riad cuando el primer ministro libanés, Saad Hariri –legalmente hijo del asesinado primer ministro Rafic Hariri, pero en realidad hijo biológico de un príncipe del clan Fahd – fue “invitado” a viajar urgentemente a Riad «para ser recibido por el rey Salman». Todos saben lo que sucedió después: el discurso de renuncia de Saad Hariri y los arrestos o ejecuciones de todos los príncipes que podían oponerse al nuevo proceso de sucesión o incluso reclamar el trono.

Ya arrestados, los cientos de primos del príncipe heredero Mohamed Ben Salman fueron puestos en cautiverio. Uno tras otro aceptaron, a veces bajo tortura, entregar sus fortunas al nuevo “hombre fuerte” del reino, quien recolecta así más de 800 000 millones de dólares, según el Wall Street Journal.

No se ha escuchado en todo el mundo ni una voz a favor de esos multimillonarios desbancados, que hasta ahora eran miembros de los más prestigiosos consejos de administración.

Algunos testigos aseguran que varios miembros de la familia real tuvieron que ser hospitalizados y recibir cuidados médicos antes de volver a ser interrogados. El príncipe heredero Mohamed Ben Salman dice haber liberado a varias personalidades, como el propio príncipe Metab, el príncipe Turki Ben Abdallah, el doctor Ibrahim ben Abdelaziz ben Abdallah al-Assaf (ex ministro de Finanzas del reino) y Mohamad ben Abdel Rahman al-Tubaichi (ex jefe de Protocolo de la corte).

Parece evidente que esa historia no ha terminado aún. Conforme a las instrucciones del presidente Trump, Jared Kushner tratará ahora de obtener para su país parte de las fortunas confiscadas.

El caso de Hariri

Contrariamente a lo que afirma la prensa francesa, París no tuvo mucho que ver con la liberación del primer ministro libanés. Es cierto que el presidente francés Emmanuel Macron intervino en el asunto –Saad Hariri tiene 3 nacionalidades, es al mismo tiempo libanés, saudita y francés. Y también es cierto que Macron viajó personalmente a Riad, pero fue para ser objeto de una grave humillación. La única acción útil vino del presidente libanés Michel Aoun.

Francia se estrelló contra una realidad muy simple: en derecho internacional, las personas que tienen más de una nacionalidad no pueden disponer de inmunidad diplomática en un país cuya ciudadanía ostentan. Pero el presidente libanés Michel Aoun logró inclinar la balanza al defender no al individuo Saad Hariri sino a su primer ministro. Es evidente que arrestar y poner bajo prisión domiciliaria al jefe de gobierno de otro país sin ningún tipo de procedimiento judicial constituye un acto de guerra. Por cierto, en la prensa internacional bullían rumores sobre un posible bombardeo saudita contra el Líbano. Los servicios del presidente libanés incluso amenazaron con llevar el asunto ante el Tribunal Arbitral de las Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad de la ONU. El presidente del Líbano también se puso en contacto, a través de su homólogo sirio Bachar al-Assad, con el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sissi, quien sirve de enlace entre los proestadounidenses y los que se oponen al imperio yanqui. Fue el presidente al-Sissi quien telefoneó a Jared Kushner y obtuvo, con apoyo del estadounidense, la liberación del primer ministro libanés Saad Hariri. Este último, al ser liberado, viajó de inmediato al Cairo para agradecer la intervención de al-Sissi.

La cuestión israelo-árabe

Queda la cuestión israelo-palestina.

La cruda realidad es que: 

• Desde hace 70 años, Israel ha venido usurpando constantemente territorios pertenecientes a sus vecinos. Actualmente ocupa el Golán sirio, las llamadas Granjas de Shebah libanesas y gran parte de los territorios palestinos de 1967, incluyendo casi todo el este de Jerusalén. 

• Los dirigentes de la resistencia palestina han sido casi todos neutralizados por Israel: muchos han sido asesinados, Tel Aviv ha dividido a los palestinos en facciones rivales, los sobrevivientes de al Fatah se han dejado en su mayoría sobornar por sus propios enemigos mientras que los dirigentes del Hamas han colaborado abiertamente con el Mossad israelí para eliminar a sus rivales. Sólo luchan aún por los derechos de los palestinos algunos pequeños grupos, como la Yihad Islámica y el FPLP-CG. 

• Los palestinos y los demás pueblos árabes y/o musulmanes ciertamente conservan el sentido de justicia y militan por el respeto de los derechos inalienables del pueblo palestino. Pero, por falta de una representación política creíble, no logran hacer otra cosa que desfilar por decenas de millones el «Día de Jerusalén».

Los acuerdos bilaterales son: 

• La aplicación del proyecto expresado en la declaración británica Balfour y en los 14 puntos del presidente estadounidense Wilson al crear Israel. 

• La carta que el presidente estadounidense George Bush hijo dirigió al primer ministro israelí Ariel Sharon, donde se refuta el derecho de los palestinos al retorno y que además reconoce los territorios que Israel ha venido conquistando, desde 1949, como parte integrante de Israel.

Los acuerdos multilaterales son: 

• Las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU y el artículo 49 de la 4ª Convención de Ginebra.

El presidente Trump y sólo algunos de sus consejeros son los únicos que conocen el escenario que ha escrito Jared Kushner. Este último ha seguido la política de sus predecesores, que consiste en reducir la cuestión israelo-palestina a un simple diferendo israelo-palestino. Siguiendo la línea de John Kerry, Kushner ha favorecido la reconciliación entre al-Fatah y el Hamas en contra de Israel y logró hacerles firmar, el 12 de octubre en El Cairo, un acuerdo que no ha podido imponer al FPLP-CG ni a la Yihad Islámica). Impuso la nominación, a la cabeza del Hamas, de un amigo de infancia de Mohammed Dahlan, líder de al-Fatah, preparando así la fusión de los dos movimientos.

Estas dos facciones palestinas exponen discursos radicalmente diferentes. Al-Fatah ve Israel como una segunda Rhodesia, o sea como un Estado colonial que se ha autoproclamado independiente. El Hamas, por su parte, se basa en los hadiz –no en el Corán– para proclamar que el problema es que una tierra musulmana no puede ser gobernada por no musulmanes.

Las cosas comienzan a moverse con el anuncio del traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén.

Es evidente que la Casa Blanca está poniendo a prueba su capacidad para imponerse. En efecto, el plan de partición de Palestina preveía, en definitiva, que el este de Jerusalén sería la capital del Estado hebreo. Pero el Consejo de Seguridad de la ONU condenó la decisión de Israel cuando este proclamó, unilateralmente, el oeste de Jerusalén como su capital.

Kushner encamina las negociaciones hacia la aceptación del status quo –o sea a que se acepte que los palestinos han perdido las grandes extensiones de tierra ilegalmente ocupadas por Israel–, sabiendo que si los palestinos rechazan ese pésimo acuerdo, inexorablemente seguirán perdiendo más territorios, día a día, sin que haya una reacción de la comunidad internacional. O sea, sólo la aceptación de la delimitación geográfica de su Estado, independientemente de su extensión, garantizaría a los palestinos la integridad definitiva del territorio que aún conservan.

La extraña reunión de la Organización para la Cooperación Islámica que acaba de desarrollarse en Estambul, propuso transferir la capital del Estado palestino de Ramalah al este de Jerusalén, lo cual parece muy difícil de concretar y, efectivamente, no se ha hecho. Esa decisión es posiblemente sólo una expresión descontento destinada a salvar las apariencias ante la opinión pública musulmana, antes de llevarla a admitir una nueva concesión.

Conclusión provisional

Los adversarios del presidente Trump están tratando por todos los medios de obligarlo a renunciar a su consejero Jared Kushner. Pero este sigue en ese puesto. Por el momento ha logrado poner fin al apoyo de Arabia Saudita a los grupos terroristas y resolver la cuestión de la sucesión en el trono cortando el nudo gordiano, o sea neutralizando a los miembros de la familia real. Los métodos utilizados, colgar individuos de avanzada edad por los pies y torturarlos hasta que suelten sus cuentas bancarias, no han sido precisamente amables. Pero las otras soluciones, o –peor aún– la ausencia de solución, habrían llevado a una guerra civil. La culpa no es de Jared Kushner sino de quienes aceptaron durante tanto tiempo el régimen bárbaro y medieval de los Saud.

Asimismo, resulta extremadamente injusto no el hecho de trasladar la embajada de Estados Unidos al oeste de Jerusalén sino renunciar a establecer el gobierno palestino en el este de esa ciudad. Pero eso tampoco es culpa de Jared Kushner sino de la llamada «comunidad internacional», y sobre todo de los gobiernos sionistas árabes que durante 70 años permitieron que Israel fuera apoderándose de la ciudad, casa por casa.

Hace 70 años que los diplomáticos occidentales se las arreglan para multiplicar y complicar cada vez más los conflictos del Medio Oriente, pero Jared Kushner es el primero que logra resolver algunos de ellos. El consejero presidencial de cara angelical ha resultado ser un temible organizador.

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