27 sept 2015

¿Cómo se rescató a los bancos en la crisis del siglo I en la antigua Roma?

Es difícil añadir algo que no se haya escrito ya sobre el rescate de los bancos, pero sí es curioso saber que en la antigua Roma, durante el siglo I, también tuvieron su particular crisis económica y la forma de atajarla también fue rescatando a los bancos… pero con matices que la hacen diferente.

Esto de los bancos debió comenzar cuando apareció el dinero, en sus diferentes versiones y formas, y se fue incorporando a la vieja economía basada en el trueque. De la noche a la mañana, los menos fueron acumulando grandes cantidades que tuvieron que meter en algún sitio, los más necesitaban un lugar donde se lo prestasen y, lógicamente, nacieron los banqueros, una especie de mercaderes que comercian con el dinero. Y esto ocurrió en Sumer. La economía sumeria se basaba en el trueque, y para evitar que los mercados se convirtieran en un campo de batalla, los gobernantes y, más tarde, los reyes emitían anualmente tablas de equivalencias de productos. Así, cualquier comprador podía saber que un kilo de lana equivalía a, por ejemplo, dos litros de cerveza, 300 gramos de cobre o 2 kilos de dátiles. Gracias a muchas de esas tablas que se han conservado hasta nuestros días, sabemos que el oro no era de los metales más caros. Había otros materiales que lo superaban, como el lapislázuli, el cobre, el estaño y, por encima de todos, la plata. Una de las funciones del preciado metal era la de estabilizador del sistema económico. Imaginemos a un campesino que desea comprar un cordero para celebrar la boda de su hija y se encamina al mercado con una cierta cantidad de cebada para canjear. ¿Qué sucede si el tratante de ganado no necesita cebada? La solución era bien fácil. El campesino podía dirigirse a cualquier recinto sagrado donde le cambiaban la cebada por su equivalente en plata (también tenía la opción de recurrir a un cambista, pero los templos pedían una comisión bastante más baja por la “operación bancaria”, alrededor de un 3,5%). Con la plata en su poder, ya podía comprar el cordero con la confianza de que ese metal iba a ser aceptado por cualquier comerciante (dinero). Un elemento curioso es que esa plata que le daba el templo, se presentaba bajo la forma de anillos de 8 gramos de peso o espirales en caso de grandes cantidades. No solo podía llevarlos cómodamente en los dedos y brazos, sino que los anillos podían dividirse en cuatro partes de 2 gramos cada una, a modo de calderilla. Así que, estos primeros bancos estaban relacionados directamente con los templos.





¿Cómo funcionaban los bancos en la antigua Roma?

Pues en Roma, como en muchas ocasiones, lo que hicieron fue copiar a los griegos que seguían el modelo banco/templo de Sumeria. El Templo de Saturno en Roma albergaba la Aerarium (erario) en tiempos de la República y durante la época imperial el Templo de Cástor y Pólux era el depositario del tesoro del Estado. La particularidad del sistema bancario de griegos y romanos fue que surgieron los banqueros privados… en Roma se llamaron argentarii (de argentum, plata). Los argentarii comenzaron como simples cambistas de moneda (en aquel momento Roma era el lugar que más “turistas” recibía) y para controlar las falsificaciones y retirar de circulación las monedas “deterioradas” (al ser de metales como oro o plata, muchos raspaban los bordes e iban perdiendo su peso), para más tarde gestionar un negocio muy similar a nuestros tiempos. El tipo de operaciones que realizaban estos banqueros eran dos: el depositum, simplemente como depositarios y guardianes del dinero por el que el argentarius no pagaba intereses pero con el que tampoco podía “comerciar”; y el creditum, por el dinero depositado el banquero pagaba unos intereses al cliente y, a cambio, podía moverlo para generar beneficios. En las “cuentas” en el formato depositum el banquero pagaba, en nombre del cliente, las deudas contraídas por éste o las compras en las subastas (era frecuente la presencia de los argentarii en las subastas de esclavos), ya fuese mediante “transferencia interna” se ambos tenían cuenta en el mismo banco o mediante una letra de cambio; en las “cuentas” en formato creditum los banqueros utilizaban este dinero para prestarlo a terceros y, lógicamente, con un tipo de interés mayor que el que ellos pagaban (recordemos que los bancos fueron/son/serán negocios). Además, los argentarii estaban agrupados en un cuerpo colegiado en el que sólo ellos decidían aceptar nuevos miembros.

¿Qué ocurrió en el siglo I?

Tras la batalla de Accio y la derrota de Antonio y Cleopatra, César Augusto se hizo con las riendas de Roma y dio comienzo un período de expansión territorial y de desarrollo económico sin precedentes (“A Roma no la va a conocer ni la loba que amamantó a Rómulo y Remo“). En palabras de Dión Casio…

Los romanos añoraban mucho a Augusto porque mediante su combinación de monarquía e instituciones republicanas, garantizó su libertad y también restauró el orden y la estabilidad. De este modo, podían vivir con una liberta moderada en una monarquía sin horrores [aparentes añadiría yo], y no debían soportar los excesos asociados a un gobierno popular.

 Hubo una reorganización política, social y económica que permitió que llegasen las vacas gordas: tras controlar Egipto el grano llegaba a Roma sin contratiempos, la Pax Romana permitió el crecimiento del comercio, el crédito fluía y los ciudadanos invertían en tierras y en las ínsulas (edificios de apartamentos que se alquilaban, ¿boom inmobiliario?), incluso los advenedizos que querían hacer carrera en la política se endeudaban para financiar espectáculos y ganarse el favor de la plebe, las obras públicas proliferaban como setas… Augusto era de los que pensaba que el dinero tenía que estar en movimiento y no acumulando polvo en las arcas del Estado. Pero este periodo de vacas gordas tenía un precio: crecimiento brutal de los precios (según el poeta Marcial, “en Roma se pagaban los precios más altos lo mismo por la virtud que por el vicio“). ¿Y quién se iba a comer este marrón? Tiberio, su sucesor.

En los primeros años, Tiberio todavía pudo disfrutar del legado de Augusto, pero aquella burbuja tenía que explotar más pronto que tarde. Además, el nuevo emperador, cuál Tío Gilito, era de los que le gustaba recrearse contemplando sus riquezas y cuando sucedió a su padre adoptivo sus arcas estaban casi vacías. Las medidas que Tiberio tomó supusieron un frenazo brutal para la economía al reducir el dinero circulante (aunque él lo vendió como medidas para disminuir precios, lo que realmente buscaba era aumentar el tesoro imperial). Se redujo drásticamente la inversión en obras públicas, la distribución de grano se limitó, se liberó a algunos ricos de la pesada carga de administrar tantos bienes acusándolos de enemigos del emperador (se quedó todos sus bienes y los miembros del Senado fueron amablemente invitados a comprarlos en pública subasta con dinero que tuvieron que pedir prestado) y, para rematar, llamó al orden a los argentarii que en este período inflacionista habían contribuido prestando dinero sin apenas garantías y a un interés por encima del legal (en tiempos de bonanza todo el mundo hacía la vista gorda… también en la antigua Roma). Visto que aquella especie de “auditoría imperial” hacía peligrar su negocio, su dinero y aún su vida, pidieron una moratoria de 18 meses para poner en orden sus cuentas. Cerraron el grifo de los créditos y exigieron el pago de la deuda. De la noche a la mañana, tierras, viviendas, animales… todo se puso en venta para poder liquidar la deuda con los argentarii (los precios cayeron en picado). El dinero dejó de fluir y los negocios quedaron sin liquidez. Los ciudadanos corrieron a retirar sus depósitos para pagar a los acreedores y algunos bancos, como el de Balbo y Olio, cayeron al no poder hacer frente a las peticiones, lo que salpicó a otros mayores (algunos de estos bancos habían prestado también el dinero depositado en formato depositum). Y, claro está, cuando la urbe tosía todo el Imperio se resfriaba.

¿Y qué hizo Tiberio?

Las medidas del emperador hicieron que Roma pasase de un periodo inflacionista a una terrible deflación que paralizó la economía (no os preocupéis por las más ricos porque ellos, como los gatos, tienen siete vidas y tampoco sufrieron mucho esta crisis). Así que, en el año 33 y muy a su pesar, tuvo que rascarse el bolsillo y volver a inyectar el dinero que había retirado de circulación y que se almacenaba en las arcas del Estado. A través de los bancos distribuyó un millón de piezas de oro, pero con la obligación de prestarlos a los ciudadanos sin intereses durante tres años y la prohibición de utilizarlos para cuadrar sus cuentas –Un rescate como el que se hizo aquí… pero muy diferente en cómo se empleo el dinero-. Aquella medida descongeló el crédito y despertó la economía.

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